Iglesia Conventual de San Joaquín y Santa Ana
Iglesia Conventual de San Joaquín y Santa Ana
Fue mandado construir en el siglo XVIII por Felipe V aunque Carlos III decidió reconstruirlo según las trazas de Sabattini. Se inaguró en 1787.
Construido en un estilo neoclásico particularmente sobrio, en su exterior el monasterio apenas presenta elementos decorativos, fuera del esquema de impostas lisas y molduras de placas que recorre sus muros y articulan la fachada; la fachada que corresponde a la iglesia tiene unas molduras más ricas que jerarquizan la fachada y señalan la situación de la iglesia dentro del conjunto. Su geometría es insistentemente rectilínea. La fachada busca perspectivas y tener presencia urbana. La escultura de Santa Ana que figura dentro de una hornacina sobre el dintel de la puerta es obra del siglo XVI y se cree que procede del viejo monasterio. El frontón que corona la fachada lleva en el tímpano las Armas Reales. La composición de la fachada y su decoración provienen de la tradición de la arquitectura herreriana que fue retomada en la segunda mitad del siglo XVIII por arquitectos como Ventura Rodríguez.
Todo esto da como resultado una espacialidad intensamente barroca, de cariz borrominesco (si bien con una decoración neoclásica), en la que se van engarzando planos en el eje mayor, que se remata por el retablo mayor de la iglesia. Al lado de la Epístola de la capilla mayor se abre el coro monacal, que contiene una sillería neoclásica. En la elipse, situadas entre las pilastras toscanas, existen seis hornacinas (tres a cada lado del eje mayor) que acogen seis grandes retablos neoclásicos, realizados en madera, jaspeados imitando mármoles verdes y dorados con pan de oro, y decorados con angelotes marmorizados, aletones, pilastras y frontones triangulares y curvos alternados.
Cada uno de los seis retablos neoclásicos contiene una importante pintura realizada en 1787, tres por Ramón Bayeu y las otras tres por su cuñado, Francisco de Goya, pasados los cuarenta años. Las tres de Bayeu, situadas en los tres retablos del lado del Evangelio representan a Santa Escolástica, La Inmaculada con San Francisco y San Antonio, y San Benito y se consideran de las mejores obras de su autor. Las otras tres, de Goya, se sitúan en los tres retablos del lado de la Epístola. Son interesantes por su mayor calidad artística y por ser representativas de un estilo austero, que recuerda al de Zurbarán, extraño en la obra del genial aragonés. Además, son los únicos cuadros suyos que se conservan en Castilla y León). Se titulan: Santa Ludgarda; La muerte de San José y Los santos Bernardo y Roberto.
El retablo mayor de la iglesia, situado en la capilla mayor, se organiza por medio de cuatro columnas corintias que soportan un potente entablamento; en su hornacina se encuentra un conjunto escultórico que muestra a Santa Ana, San Joaquín y la Virgen, que data de finales del siglo XVIII.
El interior de la iglesia y los cuadros comentados pueden visitarse dentro del recorrido del espacio conventual que en 1978 fue habilitado por las monjas como Museo de arte sacro. En sus siete salas se muestran numerosas piezas artísticas y objetos devocionales de la vida monacal, como pinturas de escuela castellana del siglo XVI, elementos de vajilla y orfebrería, atavíos litúrgicos, telas y una colección de imágenes para vestir del Niño Jesús y San Juanito. Asimismo, figura una “Virgen con el Niño” del siglo XIII.
Pero las obras más valiosas son dos expresivas tallas en madera policromada del Barroco español del siglo XVII: un Cristo Yacente obra postrera del escultor Gregorio Fernández (1634), que hoy en día es imagen titular de la Cofradía del Santo Entierro, y una Dolorosa del granadino Pedro de Mena (1670).
El horario de visitas del Museo del Monasterio es: de lunes a domingo y festivos de 10 a 14 h. y de 17 a 20:30 h. Martes cerrado por descanso.
DIRECCIÓN: PLAZA SANTA ANA, 4
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