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Historia de la Semana
Santa de Valladolid
La Semana Santa de Valladolid es una de las celebraciones religiosas más importantes y tradicionales de España, destacando por su rica historia y patrimonio escultórico, de suerte que conforma uno de los eventos más relevantes, sino el que más, que se celebra anualmente en la ciudad. Silencio, recogimiento, austeridad no exenta de elegancia, y un conjunto de pasos sin igual en el mundo forman una celebración que mezcla a la perfección la religiosidad popular, el arte (ya no solo el escultórico sino también el musical y el floral) y el atractivo turístico. Todo ello le llevó a ser reconocida en el año 1980 como la primera Semana Santa de Interés Turístico Internacional.

La Semana Santa de Valladolid hunde sus raíces, como poco, a finales del siglo XV cuando se fundó la Cofradía Penitencial de la Santa Vera Cruz (antes de 1498) en el seno del convento de San Francisco, orden religiosa de la que también surgirá la Venerable Orden Tercera de San Francisco. A lo largo del siglo XVI se fundarían la Cofradía Penitencial de la Sagrada Pasión de Cristo (1531), la Ilustre Cofradía Penitencial de Nuestra Señora de las Angustias (1536), la Cofradía Penitencial de Nuestra Señora de la Piedad (1578) y la Cofradía Penitencial de Nuestro Padre Jesús Nazareno (1596), de suerte que de esta manera se formaría un núcleo de cinco penitenciales históricas a las que no se añadirían otras hasta comienzos del siglo XX. Cabe reseñar que entre los años 1617-1630 el obispado obligó a las cofradías de las Angustias y de la Piedad a fusionarse para así intentar evitar los continuos desencuentros existentes3 entre ellas.
Estas cofradías, nacidas o vinculadas a determinadas órdenes religiosas (Vera Cruz-Franciscanos, Pasión-Trinitarios Calzados, Angustias-Dominicos, Piedad-Mercedarios Calzados y Jesús Nazareno-Agustinos Calzados), cuando consiguieron los recursos necesarios construyeron sus propios templos penitenciales, pasos procesionales y en algunos casos regentarían hospitales, dando así salida al carácter benéfico y caritativo que poseían. De las iglesias penitenciales históricas subsisten las de la Vera Cruz, Angustias, Jesús Nazareno y Pasión, templo este último cerrado al culto desde hace un siglo y que desde hace tiempo sirve como sala municipal de exposiciones. La penitencial de la Piedad, que apenas estuvo en pie poco más de un siglo, se levantó en lo que hoy es la confluencia de las calles Fray Luis de León y López Gómez.
Siglo XVII
A lo largo de los siglos XVII y XVIII cada una de las cofradías tuvo asignado un día y una hora para celebrar su procesión, aunque a veces hubiera dispuesta legales entre ellas por intentar conseguir un mejor horario. El Domingo de Ramos por la mañana la cofradía de la Vera Cruz celebraba la procesión del Triunfo de Cristo en la Entrada de Jerusalén con el paso de La Borriquilla (atrib. Francisco Giralte, h. 1542-1550), dirigiéndose hacia el convento de San Francisco. El Miércoles Santo esta misma cofradía salía por la noche, tras el oficio de tinieblas, y depositaba en el convento de San Francisco los pasos -La Oración del Huerto (Andrés Solanes, h. 1630), El Azotamiento (Gregorio Fernández, h. 1619), La Coronación de espinas (Gregorio Fernández, h. 1620) y El Descendimiento (Gregorio Fernández, 1623-1624) a los que posteriormente se sumaría Nuestra Señora de los Dolores (Gregorio Fernández, 1623-1624)- que habrían de salir en su procesión de regla en la noche del Jueves Santo. También el Jueves Santo, pero por la tarde, salía la procesión de regla de la cofradía de la Pasión con los pasos del Azotamiento (Francisco Díez de Tudanca y Antonio de Ribera, h. 1650), Camino del Calvario (Gregorio Fernández, 1614-1615), el Cristo del Perdón (Bernardo del Rincón, 1656), La Elevación de la Cruz (Francisco del Rincón, 1604), el paso nuevo de la Virgen y San Juan (Francisco Díez de Tudanca, h. 1650-1661) y la Virgen de la Pasión (atrib. Francisco Giralte, h. 1543-1550. Participó durante algunos años, no siempre). El propio Jueves Santo, a eso de las 9 de la noche la cofradía de las Angustias trasladaba sus pasos al convento de San Pablo, de manera similar a como realizaba la Vera Cruz, para desde allí realizar en el anochecer del Viernes Santo su procesión de regla, alumbrando al Cristo de los Carboneros (Francisco del Rincón, h. 1606), El Descendimiento (Gregorio Fernández, 1616-1617), Cristo Yacente (Anónimo, Década de 1640), Santo Sepulcro (Alonso y José de Rozas, 1674-1681 y 1696-1697) y Nuestra Señora de las Angustias (Juan de Juni, h. 1561).
Regresando a la mañana del Viernes Santo, a primerísima hora organizaba su procesión de regla la cofradía de Jesús Nazareno, acompañando los pasos de Jesús Nazareno (atrib. Juan de Ávila, h. 1676-1677), El Despojo (Juan de Ávila, 1678-1679) y el paso nuevo de los Nazarenos (Gregorio Fernández, 1612-1616) Por la tarde era la cofradía de la Piedad la que efectuaba su procesión de regla, alumbrando al Cristo de la Humildad (José de Rozas, 1691), el Longinos, el Santo Entierro (Antonio de Ribera y Francisco Fermín, 1641) y Nuestra Señora de la Soledad.
En un principio en las procesiones tan solo se sacarían estandartes pasándose después a procesionar grupos escultóricos realizados en papelón y otros materiales ligeros (pasta, lino, etc) de constitución muy débil que ocasionaban continuos reparos cuando no sustituciones de las figuras o de partes de ellas. De aquellos curiosos conjuntos de los que hablara el viajero portugués Pinheiro da Veiga en su Fastiginia tan solo se ha conservado La Borriquilla.
El primer gran hito en la evolución de las imágenes procesionales lo marcó Nuestra Señora de las Angustias que lejos de estar hecha de papelón estaba realizada en madera policromada y poseía un tamaño sustancialmente superior a las que por entonces se estilaban, véase por ejemplo la primitiva titular de la cofradía o la Virgen de la Pasión. Sería la Cofradía de la Sagrada Pasión la que con el encargo del paso de La Elevación de la Cruz a Francisco del Rincón en 1606 propiciaría un nuevo hito en la evolución escultórica de la Semana Santa pues de aquellos pequeños grupos procesionales de papelón se pasaba a grupos con imágenes de madera policromada a tamaño natural. El último hito sería Gregorio Fernández pues él solo, regentando un vastísimo taller, realizó pasos procesionales para cuatro de las penitenciales, además de otras muchas imágenes que sin haberse creado con una función procesional la alcanzaron en el siglo XX. Así, para la Vera Cruz labró El Azotamiento (h. 1619), La Coronación de Espinas (h. 1620) y el Descendimiento (1623-1624), conjunto este último del que fue extraída la Virgen por la devoción que logró alcanzar, convirtiéndose en la imagen titular de la cofradía: Nuestra Señora de los Dolores de la Vera Cruz; para la Sagrada Pasión el de Camino del Calvario (1614-1615); para las Angustias El Descendimiento (1616-1617); y para la de Jesús Nazareno el actualmente conocido como Sed Tengo (1612-1616). Entre las esculturas no procesionales que llevan su firma y han sido comenzadas a alumbrar en el siglo XX podemos señalar diversos crucificados para la Cofradía de las Siete Palabras, el Cristo de la Luz (h. 1630-1633), el Cristo Yacente (h. 1627) que la Cofradía El Descendimiento, la Quinta Angustia (1627) o el Cristo del Consuelo (h. 1610).
Siglo XVIII
El esplendor de la Semana Santa barroca se mantuvo incólume hasta mediados del siglo XVIII, momento en el que una serie de factores como la falta de cofrades o algunas medidas procedentes de los gobiernos ilustrados de Fernando VI o Carlos III produjeron el decaimiento de las cofradías. Esa falta de hombros llegó a provocar que algunos de los conjuntos escultóricos tuvieran que reducirse a las imágenes principales para aligerar el peso y poder procesionarlos. Esta crisis de la Semana Santa se agravó a raíz de la Guerra de la Independencia y del reinado del intruso José I Bonaparte. Tal es así que en 1810 el general Kellermann ordenó reorganizar los desfiles procesionales y, aconsejado por el comisario de policía José Timoteo de Monasterio, implantó la procesión única, la del Santo Entierro, que se celebraría en la tarde del Viernes Santo. Esta procesión es el germen de la actual procesión general de la Sagrada Pasión del Redentor, probablemente el evento más relevante que se celebra en la ciudad a lo largo del año.
Siglo XIX
El siglo XIX transcurriría entre la crisis generalizada de las cofradías, alguna de las cuales estuvo a punto de extinguirse, y la alternancia entre modelos procesionales. Así, unos años se volvería a celebrar únicamente la procesión del Santo Entierro, otros cada cofradía realizaría la suya, en otros las cofradías se agruparían para celebrar sus procesiones (Angustias con la Piedad, por ejemplo), e incluso se dará el caso de celebrarse alguna de las procesiones de regla de las cofradías y también la del Santo Entierro. La pobreza de algunas cofradías llegó a ser tal que durante largos periodos no pudo alumbrar determinados pasos en las procesiones porque se habían estropeado sus carrozas y les era imposible repararlas o mandar construir unas nuevas. A finales de esta centuria, si no antes, comenzaría a participar en la procesión del Santo Entierro del Viernes Santo la Cofradía de la Venerable Orden Tercera de San Francisco, hoy conocida por todos como “La Cruz Desnuda”. Buena culpa de la crisis de las cofradías la tuvo la Desamortización por la que el gobierno incautó a las penitenciales el historiado de sus pasos e incluso una de las imágenes puestas al culto, como fue el caso de la Virgen de la Piedad de la Cofradía de las Angustias.
Siglo XX
El siglo XX continuó más o menos por los mismos derroteros durante el episcopado de José María Cos y Macho (1901-1919), a cuyo fallecimiento, y de la mano del que fuera su obispo auxiliar, Pedro Segura, comenzarían las novedades, caso del Vía Crucis Procesional que empezaría a celebrarse en 1920. La llegada del obispo Remigio Gandásegui tras la Semana Santa de ese mismo año supuso una completa revolución pues en su deseo de potenciar la religiosidad popular tenía trazado un plan definido. En el ámbito espiritual procuró revitalizar cofradías y fundar otras nuevas utilizando para ello diversos gremios y grupos sociales y religiosos. Así, se fundaron la Cofradía de la Preciosísima Sangre de Nuestro Señor Jesucristo (1929), la Cofradía de las Siete Palabras (1929), la Hermandad Penitencial de Nuestro Padre Jesús Atado a la Columna (1930), la Cofradía del Santo Entierro (1930), la Cofradía Penitencial de la Oración del Huerto y San Pascual Bailón (1939) y la Cofradía El Descendimiento (1939). En el pontificado del sucesor de Gandásegui, Antonio García y García, continuaron las fundaciones: la Cofradía Penitencial y Sacramental de la Sagrada Cena (1940), la Hermandad Universitaria del Santísimo Cristo de la Luz (1941), la Cofradía del Santo Cristo del Despojo (1943), la Hermandad del Santo Cristo de los Artilleros (1944), la Cofradía de la Exaltación de la Cruz (1944) y la Cofradía del Santo Sepulcro y del Santísimo Cristo del Consuelo (1945). Años después se fundaría la Cofradía de Nuestro Padre Jesús Resucitado (1959) y recientemente la Hermandad del Santísimo Cristo Jesús de Medinaceli, Nuestra Señora de la Divina Misericordia y Discípulo Amado (2011), que viene a recuperar a la efímera Cofradía del Discípulo Amado y Jesús de Medinaceli (1950-1957).
Al mismo tiempo, Gandásegui alentó la recuperación de los pasos procesionales de la cofradías históricas -tarea en la que tuvieron una participación capital José Martí y Monsó y Francisco de Cossío-, la utilización de otras imágenes existentes en iglesias y conventos que pudieran completar el relato de la Pasión, y también impulsó la celebración de nuevas procesiones. Aunque uno de los grandes logros de Gandásegui fue la reestructuración y mejora de la procesión del Santo Entierro del Viernes Santo, que desde entonces sería el buque insignia de la Semana Santa de Valladolid e iría potenciándose su faceta turística, también ideó nuevos desfiles procesionales. Tanto esta nueva procesión general como las de la Borriquilla y la Soledad estaban pensadas para celebrarse por primera vez en 1922 pero la lluvia desbarató los planes y hubo que esperar hasta 1923 para contemplarlas. En 1927 comenzó a celebrarse la procesión de la Caridad, y ya en el episcopado de García y García se idearon la procesión de la Hermandad de Docentes del Cristo de la Luz (1941), la del Encuentro (1947), la del Santísimo Rosario (1951), la de la Amargura (1951), la Peregrinación del Silencio (1954) y otras muchas más en los años y décadas siguientes.
También en época de Gandásegui comenzó a realizarse uno de los actos más bellos y populares de nuestra Semana Santa: el Sermón de las Siete Palabras. Con motivo de la suspensión de las procesiones durante la Segunda República, en 1932 la cofradía de las Siete Palabras organizó en la catedral el que sería el primer Sermón, pasando en 1943 a celebrarse en la catedral. Sería en 1944 cuando se comenzaría a realizar el Pregón de las Siete Palabras con el famoso y vistoso cortejo a caballo anunciando la celebración del Sermón leyendo un soneto, el de ese año fue el histórico compuesto por el poeta Félix Antonio González.
Siglo XXI
Y así llegamos al día de hoy tras numerosos cambios en las cofradías -incluida la completa incorporación de las mujeres a las cofradías-, en las procesiones -algunas de ellas desparecidas-, en el acompañamiento musical, en las plantas procesionales, en los exornos florales o en los pasos procesionales alumbrados. Actualmente la Semana Santa de Valladolid la componen veinte cofradías que del Viernes de Dolores al Domingo de Resurrección celebran 38 procesiones, amén del Sermón de las Siete Palabras, alumbrando en ellas más de sesenta pasos, muchos de ellos grupos procesionales o esculturas individuales debidas a las gubias de los mejores maestros de la escuela castellana del Renacimiento y el Barroco (Francisco Giralte, Juan de Juni, Manuel Álvarez, Francisco del Rincón, Gregorio Fernández, Andrés de Solanes, Juan Sánchez Barba, Bernardo del Rincón, Alonso de Rozas, Juan Antonio de la Peña, Juan y Pedro de Ávila…), y también de la madrileña, casos de Pompeyo Leoni, Juan Sánchez Barba y Juan Alonso Villabrille y Ron. A todo ellos se han venido sumando desde mediados del siglo XX interesantísimas aportaciones de otros centros escultóricos como Bilbao (Juan Guraya Urrutia), Madrid (el aragonés Genaro Lázaro Gumiel), Andalucía (Francisco Fernández Enríquez, José Antonio Navarro Arteaga, Miguel Ángel González Jurado, Juan Antonio Blanco Ramos, Ana Rey y Rafael Martín Hernández), Murcia (José Antonio Hernández Navarro) o Zamora (Ricardo Flecha)¸ que han conformado una narración sin igual de la Pasión del Redentor. Fe, Pasión, ¡Pura Maravilla de Arte!
Como bien señaló el cardenal Marcelo González en su pregón de la Semana Santa de 1955: “Es la mejor Semana Santa de Castilla, dicen. ¿De Castilla sólo? Unos dirán más y otros dirán menos. ¿La mejor Semana Santa? No. No es la mejor. Es… la Semana Santa de Valladolid; esto es bastante”.















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